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14-11-2025



LA INVESTIGADORA XÓCHITL TORRES CARRILLO PARTICIPA EN LA RECONSTRUCCIÓN DEL ORIGEN DEL NOROESTE MEXICANO

A través del estudio de rocas y procesos magmáticos, la geóloga sinaloense forma parte de un esfuerzo conjunto entre instituciones del país para descifrar cómo se formó el noroeste de México hace millones de años

 

Bajo los paisajes áridos y costeros del noroeste mexicano se oculta una historia que comenzó hace más de 200 millones de años, y la geóloga Xóchitl Guadalupe Torres Carrillo desentraña esta historia que dio forma al suelo que hoy pisamos en Baja California, Baja California Sur, Sonora y Sinaloa.

A través del estudio de rocas formadas cuando Pangea, el supercontinente que alguna vez unió a casi todas las tierras del planeta, comenzó a fracturarse y los bloques y arcos volcánicos empezaron a moverse y unirse, la investigadora de la Facultad de Ciencias de la Tierra y el Espacio de la Universidad Autónoma de Sinaloa explica cómo esos antiguos fragmentos del planeta terminaron por construir el noroeste de México. Su investigación reconstruye, capa por capa, la historia de una región que nació del encuentro entre mares, magma y tiempo.

Así fue el nacimiento del noroeste mexicano

Un arco volcánico es una cadena de volcanes que se forma sobre una zona donde una placa oceánica se hunde bajo una continental, generando magma que asciende y crea nuevas montañas. 

Uno de estos arcos, explica la investigadora Torres Carrillo, dio origen a Baja California y Baja California Sur, los cuales colisionaron con el continente y se unieron al arco que formó el sur de Sonora y el norte de Sinaloa.

Esa fusión de arcos volcánicos y bloques continentales fue la que terminó por construir el territorio joven del noroeste de México. 

“Hemos estado entendiendo cómo se ha formado el noroeste de México y hemos estado teniendo más pruebas para poder hablar de que el noroeste de México se formó de esta manera”, comparte la doctora en Ciencias de la Tierra con orientación en Geología por el Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (CICESE).

Zonas como la Sierra San Pedro Mártir y La Rumorosa (en Baja California) son ejemplos que la ciudadanía puede conocer de cámaras magmáticas por la secuencia de volcanes que existió en el pasado. 

Es importante mencionar que solo el sur de Sonora fue parte de este “superterritorio”, ya que la mayor extensión de ese estado es más antigua, parte de terrenos de continentes que existieron antes de que se formara gran parte de México; lo que hoy conocemos como el territorio mexicano se fue formando por bloques después de la apertura de Pangea. 

Cada terreno tiene algunas características específicas y en algunos casos también la aparición de cierto tipo de rocas con cualidades mineralógicas específicas. Sinaloa tiene la Sierra Madre Occidental, donde se puede encontrar zinc, plomo, cobre y más elementos que estén asociados con ese tipo de minerales. 

“Es que Pangea fue un supercontinente, entonces nosotros estamos siguiendo los rastros de cómo y qué bloques fueron los que se amalgamaron para formar el territorio nacional”, detalla Torres Carrillo. “Sonora ya existía, son rocas bien viejas. Hasta hay oro… Entonces, son como de 400 millones de años algunas”.

Los recientes descubrimientos

Desde hace 20 años se han coordinado investigaciones entre centros de estudios de las Baja Californias, Sonora y Sinaloa con la finalidad de entender cómo es que esta parte de México se ha formado a lo largo de la geodinámica terrestre. 

De acuerdo con Torres Carrillo, en los 90 hubo investigadores, sobre todo de California, que venían a México, entre ellos Gordon Gastil, quien reconoció algunas diferencias entre las rocas de Baja California y algunas posibles conexiones con el continente.

La investigadora explica que hoy se sabe con mayor precisión que las rocas formadas durante el Mesozoico —periodo que abarca de hace aproximadamente 252 a 66 millones de años— en el noroeste de México son el resultado de un proceso continuo de subducción, es decir, cuando una placa oceánica se desliza por debajo de otra, generando intensa actividad volcánica y movimientos en la corteza terrestre.

Además, gracias a los estudios de paleomagnetismo (una técnica que analiza cómo los minerales de las rocas conservaron la orientación del campo magnético de la Tierra al momento de formarse), se ha podido descartar la idea de que Baja California y Baja California Sur fueran un bloque tectónico separado que se encontraba al sur de México y que más tarde se desplazó hasta colisionar con el continente.

Estos registros magnéticos permiten reconstruir cómo se movieron los fragmentos de tierra y confirman que el noroeste de México se formó como parte de un mismo proceso continuo.

Las muestras pudieron fecharse gracias a los estudios de geocronología uranio-plomo, uno de los métodos más precisos para determinar la edad de las rocas. Este procedimiento se basa en medir cómo los átomos de uranio se transforman lentamente en plomo dentro de los minerales a lo largo de millones de años, funcionando como un reloj natural que permite saber cuándo se formaron esas rocas del noroeste de México.

La investigadora de la Universidad Autónoma de Sinaloa continúa trabajando con el equipo del Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (CICESE), donde realizó su posgrado. Juntas y juntos han recorrido el noroeste del país para desarrollar estudios en conjunto. 

 

El CICESE cuenta con tecnología avanzada para el análisis de rocas, y en campo utilizan perforadoras especializadas que, mediante fricción con agua, permiten extraer cilindros de material que luego son llevados a los laboratorios para su estudio detallado.

 

Cada roca del noroeste mexicano guarda un fragmento del pasado de la Tierra. Gracias a investigaciones como las de la doctora Xóchitl Guadalupe Torres Carrillo, hoy podemos entender que el paisaje que habitamos no siempre fue así: se formó con el movimiento constante del planeta, con el calor del magma y con millones de años de transformación.


Estudiar ese pasado no solo nos conecta con la historia profunda del territorio, sino que también nos recuerda que la Tierra sigue viva bajo nuestros pies.